Erasmus+ 2017 K103
Raquel Gamella Ruiz
CFGS Dietética
Estos tres meses de prácticas en Chipre me han resultado, a falta de
una palabra mejor, increíbles. Cuando la gente te habla de la experiencia
Erasmus siempre te dicen: “Es imprescindible para cualquier persona ya que
aprendes a valerte por ti mismo y a tomar decisiones que te servirán en un
futuro” y sinceramente, no podría estar más de acuerdo.
Mientras disfrutas de conocer otra cultura y personas y de vivir en
una ciudad diferente, o en mi caso en un país que ni siquiera me había
planteado si no llega a ser por pura casualidad, aprendes cosas básicas que si
eres tan afortunado como yo simplemente ni te planteabas como: administrar el
dinero para que te dure hasta fin de mes en vez de una semana estando de
vacaciones, poner la lavadora (porque sí señoras y señores, no la había puesto
en mi vida), cocinar día tras día y no solo de vez en cuando como normalmente
hacemos, o comprar según las ofertas porque como os imaginaréis cada céntimo
cuenta si también quieres salir o comprarte algo o incluso visitar sitios.
Al principio todo es emocionante, todo es nuevo. Descubrir cómo ir al
trabajo, pasear, la gente, los pequeños rincones e incluso ir al supermercado
es una aventura emocionante. Pero pronto entras en tu pequeña rutina y te
encuentras en una zona confortable donde conoces al señor haciendo ejercicio en
un banco del paseo, los obreros de la obra, las señoras secándose tras su
chapuzón mañanero, la cajera del supermercado o la pareja de ancianos que dan
de comer a los gatos.
En general la vida en Chipre es bastante más relajada que en España y
eso fue algo que me chocó al principio, no entendía cómo se podían tomar
absolutamente todo con tanta calma (tardaron en darme un despacho con un
ordenador que funcionase una semana, y sabían que llegaría tres meses antes…),
tampoco me resultaba fácil entender por qué absolutamente todo el mundo tenía
coche y lo utilizaba para moverse incluso si eran 200 metros, solo pensaba “Con
lo maravilloso que es andar y disfrutar de las vistas del mar y la brisa”; pero
luego llegó el calor a mediados de Abril… y os aseguro que lo entendí. Hace
tanto calor y tanta humedad, que es casi imposible moverse durante casi todo el
día y si lo haces tiene que ser despacio y sin prisa porque puedes sentir cómo
te derrites.
No tenía horario en el trabajo en el Instituto Internacional de Chipre
para el Medioambiente y la Salud Pública, podía llegar e irme a la hora que
quisiera mientras hiciera mis horas semanales y no había nadie para controlarme
e incluso podía trabajar desde casa si quería, confiaban plenamente en mí; el
primer día cuando me lo dijo mi jefe lo primero que pensé es que lo había
escuchado mal, era inconcebible para mí una mentalidad así ya que en España son
muy estrictos con la hora de salida y entrada y las horas trabajadas.
Yo vivía en Limassol, era el puerto principal de la isla y
prácticamente es la capital de la isla ya que tanto Nicosia como la propia isla
está dividida entre turco-chipriotas y greco-chipriotas. Esto lleva a Limassol a
ser una ciudad multicultural y más avanzada que el resto de la isla. La mitad
de la población en la cuidad son rusos, ingleses, filipinos e indios, por lo
que prácticamente todo el mundo habla inglés en mayor o menor medida y resulta bastante
fácil moverse para aquellos que no hablamos griego e incluso la gente siempre
estaba dispuesta a ayudarte si necesitabas ayuda. La vida en general es cara,
al nivel de Madrid o un poco más diría yo, ya que se trata de una isla pequeña
que tiene que importar casi todo; pero si te sabes mover puedes llegar a
ahorrarte un poco de dinero.
Conocí a gente de muchas nacionalidades: Bélgica, Portugal, Francia,
China, Venezuela, Italia, Inglaterra, Colombia, Rumanía, Lituania y por
supuesto, todos mis compañeros de trabajo que eran chipriotas. Al contrario de
la mayoría de las ciudades en cualquier parte del mundo que te puedes encontrar
un español en cada esquina, en Chipre no había casi españoles. Soy afortunada y
he podido viajar bastante, pero me sigue entusiasmando conocer gente nueva
procedente de diferentes culturas a la mía, es una manera de ver la diversidad
de nuestro pequeño planeta y darse cuenta que a pesar de todas nuestras
diferencias, seguimos teniendo cosas en común y lo maravilloso que puede llegar
a ser.
Esta pequeña y tranquila isla en el Mediterráneo en el extremo sureste
de Europa me ha enamorado tanto su alucinante clima como su espectacular comida
o su maravillosa gente. No lo puedo explicar, pero en mi interior siento como
si supiera que voy a volver en algún momento a Chipre que no fue un ‘adiós’ lo que dije al
marcharme sino un ‘hasta luego’.